El calor se hace cómplice de la pereza para evitar el entrenamiento. La vida sedentaria de la ciudad, no es compatible a la aventura que planteamos. Reto a vencer.
Por ahora, no tengo una tabla a seguir, estoy dedicada a hacer lo que me gusta para lograr una rutina deportiva. He descubierto la fórmula de mi constancia: hacer lo que deseo, no lo que debo.
Empecé por desempolvar la bicicleta, pedaleando por la ciudad. Mi Morada respondió como lo hicieron, para mi sorpresa, mis piernas.
El primer día, me lo tomé como un paseo, 20 kilómetros de gran paseo.
El segundo, madrugué con muchas ganas pero unas pedaladas bastaron para empezar a arrepentirme de la decisión. Sin bajar de Morada, mi vieja bicicleta, me dije: – Espera ¿qué quiero?; – Prepararme para la aventura, ¡a pedalear!
Y cayeron en menos tiempo, los mismos 20 kilómetros del día anterior.
Al tercer día, el paseo por la tarde, el mismo número de kilómetros pero con otro destino. Cogiendo velocidad, robando minutos al cronómetro, no sé si por entrenamiento o por huir de los rayos de calor lanzados por Lorenzo ( más bien por esto último).
El día de descanso, lo eché de menos, tanto que sólo pensaba en pedalear.
Poco a poco, día a día, mi bicicleta y yo vamos rescatando pedaladas de un pasado, mirando sólo al futuro. Los quejidos de Morada frente a un bordillo, cambio de piñón o plato, son parte del camino como los ciclistas que adelantan sin piedad, al ver nuestra matricula antigua. Nosotras a nuestro ritmo, empeñadas en buscar la rueda de la constancia.
Y siguen pasando los días, aumentado los kilómetros y tanto Morada como yo hemos ido cambiando de compañeros de rueda, encantadas con el pensamiento popular que dice: “las bicicletas son para el verano”.