A quien madruga Yahvé, Allah o Buda le ayuda… a embarcar.
Madrugamos para dejar Algeciras, la Península, el Continente, embarcamos con prudencia y deseosos de llegar al destino que es paradójico comienzo de nuestra pequeña aventura. La Capitana se queda en manos del operario y nosotros en las del asiento no reclinable. El Estrecho está tranquilo y nuestro viejo transbordador se desliza.
La Capitana ha viajado acompañada de dos Tenere escocesas. Sus moteros llegan hasta nosotros, dos chicos grandes con ganas de surcar dunas, mientras para nosotros ya era aventura salir del ferry sin caer.
Abandonado el barco somos enfilados a la aduana, donde no hay nada que declarar pero La Capitana debe sellar su pasaporte. En cuanto el veterano de los policias pide gestionar a los motoristas, sentí que nos iban a marear. Infinidad de historias leídas y contadas por protagonistas de dinero, pasaportes y fronteras, junto con la seriedad en el rostro del veterano… alimentaron mi imaginación. Sinceramente sólo trataban con Choutos, yo no existía en gestiones de hombres. Aunque mi sonrisa estaba presente para quien quisiera recogerla, así lo hizo otra sonrisa de dientes desgastados con distinto uniforme policial. Tuvo la amabilidad de explicarme lo que nos pedían en mi idioma, dónde debíamos dirigirnos y habló con el veterano agilizando el trámite con tono conciliador. El señor hablaba cinco idiomas y nos indicó lugares de su país dignos de una visita. Mientras el veterano en la caseta, terminando de masticar su tentempié y con tranquilidad severa, delegó la acción de estampar los sellos que nos hacían legales.
Con papeles en regla, cogimos la entrada a la autopista A1 que nos llevará a Rabat. Hay parada obligatoria para repostar y comentar todo lo que recoge la pupila, en un camino facilitado por el asfalto de autopista.