La autopista nos desliza a lomos de A Capitana. Luz, calor y color, tras repostar seguimos el camino.

La gente cruza por medio de la autopista ante la falta de pasos elevados. El progreso divide pueblos y terrenos de cultivo, pero la rutina de los agricultores tiene que seguir, por ello cruzan la autopista para llegar a su sembrado.

La tranquilidad del viaje se pierde al entrar en el caos de la capital. Parece que entramos en hora punta  y mis muslos se agarran a A Capitana intentando ser uno. Siento a la ciudad indomable y desde el asiento de atrás pretendo domarla. Todavía no se dejarme llevar en este baile donde salen taxis, coches, motos, bicicletas por todos los lados. Yo sólo aprieto mis músculos como si eso esquivara cualquier golpe. Pero es Choutos quien los evita. Impensable hace dos meses.

Quiero bajarme, quiero bajarme.

Una pequeña calle nos sirve para escapar. Suspiramos, nos miramos asombrados por salir ilesos. Me despojo del casco, de los  guantes y me siento en el suelo, quiero dar crédito. Mientras intentamos localizarnos, preguntamos a la gente que nos mira con incredulidad. Por gestos pedimos un lugar barato para comer, el cansancio nos impide explicarnos mejor. Nos ofrecen dinero.

Siguiente plan, centrarnos, explicarnos mejor, un joven lugareño nos entiende y es quien nos ayuda a encontrar nuestro destino, aunque seguir su furgoneta no fue nada fácil, volvemos a lograr lo impensable.

Aparcamos A Capitana e intentamos conocer la ciudad a pie. Nos perdemos entre el gentío de la medina, mientras cae la tarde dejándonos llevar por los olores de las especias, el color de las babuchas y pañuelos. No hay agobios de motor, sólo gentío en las calles buscando esa ganga que todos los comerciantes parecen ofrecer.

Medina a todo colorHotel Rabat

El primer día fuimos meros espectadores de una cultura diferente que invitaba a vivirla en sus calles, a eso nos dedicamos los siguientes días, descubriendo la diversidad de barrios que esta capital puede ofrecer.

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